viernes, 17 de abril de 2009

Crónicas de la Batalla XVII

Era una mañana más en tierras lejanas. Una ardiente brisa, hacía que con cada bocanada de aire que exhalaba, mi garganta estuviera cada vez más seca. El día no había hecho más que empezar, pero prometía ser uno de esos días en los que es mejor no estar en Tierra Santa.

De pronto, un galopar de caballo me sobresaltó. Desenvainando mi mandoble, alcé la cabeza tratando de vislumbrar al jinete bajo la cegadora luz. Poniéndome la mano como pantalla sobre las cejas, vi como un caballero cristiano azuzaba a su ya exhausto caballo, como si el mismísimo Satanás lo siguiera.

Al ver mi figura, el jinete cambió de dirección, y espoleando a la hermosa bestia sobre la que iba a lomos, se dirijió hacia mi. Podía oír la respiración del caballo, que luchaba por correr sobre la arena a pesar de la gran carga que portaba. Una vez estuvo a mi altura, el jinete dijó con voz queda: Buenos días hermano. Estoy buscando……. Sus palabras se detubieron al ver mi emblema de Los Caballeros de la Tabla Redonda. -El señor me asista, os he estado buscando por todos lados. Tomad. Terminó de decir mientras me entregaba un pergamino.-Es urgente Sir Jujo.

Viendo el estado en que se encontraba, le ayudé a bajar de su montura, y le tendí mi cantimplora. Tras esto, desenrollé el pergamino y empecé a leer. Un mensaje de los Miembros del Consejo de CTR me instaba a volver a la cofradía. Los Caballeros de la Tabla Redonda volvían otra vez a unirse.

Sin perder un solo instante, me preparé para el viaje. Ensillé mi caballo, y cuando estuve preparado, acariciando la mejilla de este, le dije en voz baja: Vamos a hacer un largo viaje Iratí. Necesito que me lleves a casa a la mayor brevedad posible.-Dije como si el animal pudiera entender mis palabras. Así, monté en mi caballo y empecé el largo viaje de vuelta a casa.

Los días pasaban, largos y tediosos. Pero nada hacía que mi voluntad quebrara. Ya habíamos vuelto a casa y eso era lo único que ahora importaba. Todos juntos de nuevo. Mis hermanos y yo otra vez. Ahora nada podría pararnos, y volveríamos otra vez a brillar con el esplendor de antaño.


Al final del décimo día, empecé a ver unas torres a lo lejos. La bandera blanca con cinta roja ondeaba el lo alto de estas. Allí estaba mi hogar, y con él mis viejos amigos. Subí a una loma para ver la cofradía antes de entrar. Seguía igual que como la dejé, alta y esbelta, representando el orgullo y mi única razón de vivir.

De pronto, algo me hizo girar la cabeza. A lo lejos, una larga comitiva tomaba la misma dirección que yo. Quienes serían? Era el resto de mis amigos? Unos largos estandartes con largos pendones hondeaban al frente del grupo. Esos no eran mis compañeros, por lo tanto….. era el enemigo. VAMOS IRATI!!!!! HHAAAAA!!!! Espoleé mi caballo, que salió raudo hacia delante. Tenía que llegar a la cofradía antes que ellos. Debía de dar la alarma ante el inminente peligro que corríamos.

La comitiva enemiga, al verme galopar, trató de cerrarme el paso, pero ya les había sacado suficiente distancia para llegar al castillo con comodidad. La batalla estaba servida.

Mientras entraba galopando por el puente, miraba las almenas. Mis hermanos me saludaban al entrar, mientras ya estaban preparados para el combate. El portón se cerró a mi paso. Bajé de mi caballo, y con una palmada lo mandé fuera de la plaza del castillo.



Subí a las almenas, para ocupar un puesto en la defensa de la fortaleza. Las huestes enemigas eran numerosas. En verdad querían tratar de que no volvieramos a juntarnos.

La batalla comenzó. Las flechas surcaban el cielo tapando la poca luz que la luz del sol producía ya. El enemigo era muy superior a nosotros, pero en verdad, venderíamos cara nuestra derrota.

De pronto, un enorme cuerno sonó por encima de los gritos de los enemigos, y un enorme ariete se dirigía hacía la entrada de la fortaleza. RAPIDO, APUNTALAD LAS PUERTAS RAPIDO Los gritos desesperados de nuestro maestre mientras daba las instrucciones de batalla. Corrí hacia el portón, y tratamos de que este aguantar, pero fue inútil. El enorme ariete quebró la puerta como si de cartón se tratar. Los herejes empezaron a brotar dentro del castillo como un torrente desbocado, sedientos de sangre. Poco a poco nos hacían retroceder de nuestras posiciones.

Pero de pronto, algo ocurrió. No sabía el qué, pero la entrada de los enemigos se había detenido. Estaba perplejo mientras trataba de defender la posición que teníamos. De pronto un nuevo grupo de Caballeros de CTR chocó contra un lateral enemigo. Habían limpiado las almenas de enemigos y ahora venían a ayudarnos con la plaza. AHORAAAAAAA AHORAAAAAA CARGAD CABALLEROS CARGAAAAAAAAAADDDDDD

Un sentimiento de ira, sed de venganza y orgullo invadió mi ser cuando vi a mis compañeros dividir al contingente enemigo. –AHORA CABALLEROS, AHORA O NUNCA. MUERTEEEEEEEEEEEEEEEE. Grité desesperado mientras empezaba a repartir golpes cegado por la ira. Los cadáveres empezaban a amontonarse a nuestro derredor. Los traidores empezaban a dudar, y poco a poco cedían ante la brutal acometida. Pero ya no tenían salida. Habían profanado nuestro hogar, y no quedarían sin castigo. Sin prisioneros, sin rehenes. Tan solo silencio a mi alrededor.

De pronto, una nueva oleada de caballeros irrumpió en la plaza, terminando con la retaguardia enemiga. Allí estaban una vez más. Nuestros aliados y el resto de nuestros compañeros. Habían aparecido en el fragor de la batalla. Nuevamente, gracias a ellos, habíamos salido victoriosos.
Escrito por:
Sir Jujo, Inquisidor de CTR
♰ Caballeros de la Taba Redonda ♰

sábado, 28 de marzo de 2009

Crónicas de la Batalla XVI - Por Sir Jujo


Poco a poco, la noche fue cayendo, y la compañía decidió acampar. Mientras mis hermanos empezaban a preparar su tiendas, no pude evitar subir a una duna y mirar a mi alrededor. Una mezcla de sensaciones empezó a inundar mi persona. La belleza de aquella puesta de sol solo era comparable con mi desánimo, al ver aquel basto páramo desierto de cualquier tipo de vida. Mi ánimo poco a poco empezaba a flaquear, y aunque sabía que mi fé debía de ser fuerte y vencer a toda adversidad, a veces cuestionaba aquella Cruzada hacia Tierra Santa.

Bajé del promontorio de arena y empecé con mis labores de acampada. Cuando terminé solamente la tenue luz de las antorchas iluminaba aquel campamento de maltrechos, pero valerosos guerreros. De las alforjas de Iratí, una frugal cena aumentaba mi desazón. Masticaba lentamente para que así pareciera que el banquete era mayor.

Mientras mordisqueaba aquel trozo de carne seca, un caballo bajó por una duna como azotado por la misma mano de Dios. Nuestro emisario había vuelto y por lo que parecía tenía noticias urgentes que dar a los altos mandos. Algo sucedía, pero ahora mismo poco me importaba. Tan solo quería descansar, para mañana volver a cabalgar nuevamente.

Tras unos instantes, nuestro jefe de compañía y maestre sale de su tienda. Algo le urgía, y por lo visto no tardaríamos demasiado en saberlo.

Tal y como me había imaginado, un grito rompió la quietud del desierto:

- ¡!!!CABALLEROS A LAS ARMAS!!!!! ORDEN DE BATALLA!!!!

Rápidamente el campamento se atavió de lo necesario, y montando en sus caballos, la compañía empezó una veloz carrera en la misma dirección que regresara el emisario.



Mi caballo estaba exhausto, y su respiración era sonora. Centrado en tratar de forzar a la bestia lo menos posible, un sonido anuncia la llegada de la hora de la verdad. TURUUUUUUUUUUUU, TUUUUURUUUUUU. Unos cuernos sonaban indicando la inminente batalla.

Raudos, nos acercamos en la dirección que provenían los toques de cuerno. Poco a poco, una inmensa masa oscura se divisó en la lejanía. La batalla había empezado y debíamos de darnos prisa.

Sin previo aviso, cogimos la retaguardia de los que suponíamos nuestros enemigos. Allí estaban ellos. Dulce venganza. Los aliados de aquellos que fueran nuestros amigos, mantenían una dura batalla con una orden pagana. Azuzando a nuestros caballos, entramos en la batalla rompiendo las filas enemigas. Los gritos se entremezclaban con el ruido metálico del choque de las armas. Los cuerpos inertes de nuestros enemigos caían de los caballos como si sacos de arena se trataran.

La tremenda embestida y la sorpresa los había mermado bastante, pero nuestro adversario era numeroso y fuerte, y consiguieron plantar cara a los dos frentes. Los paganos, sorprendidos por la llegada de los inesperados refuerzos, empezaron a envalentonarse, consiguiendo dividir las filas sarracenas en dos.

La batalla fue cruenta. Los gritos de los agónicos sarracenos mezclados con la desesperación de sus rostros, no impedían que una y otra vez hendieramos nuestras espadas en ellos. Y al final….. silencio. Todos habían caido. Solamente nuestra compañía quedaba en pie en un oasis de cadáveres en medio del desierto.

Escrito por:
Sir Jujo, Inquisidor de CTR

Crónicas de la Batalla XVI - Por Zenituh


Y aquella tarde se formó un gran revuelo delante de la montaña de acero aquella que reposaba en tierra santa desde hacia meses y que según un pastor llegó volando. Los lugareños aseguraban que desde ella salían por las noches figuras humanoides de gran tamaño y no volvían si no era con alguna presa humana. Los dioses DEP se hacian llamar.

Un nutrido grupo de gentuza y mercenarios de todo pelaje se habían arremolinado y los amenazaban con antorchas esperando la hora de avanzar. Lo peor se habia reunido allí! Extrañas parejas se veían por doquier y , aunque en la cara de algunos soldados se adivinaba la obligación el hecho es que allí se encontraban.
Cuando la oscuridad se acercaba algunos buenas gentes se habían puesto del lado de los DEP. Eran voraces, si bien la gente les atribuia un pequeño sentido del honor,y seguramente la repulsa a la banda que les amenazaba habia hecho decidirse a mas de uno. Eran bastantes mas aún faltaban.

De repente algunos de los mas atentos pudieron escuchar el aullido de un lobo en el bosque. Sonó desgarrador y amenazante a la vez, pues largo tiempo llevaba esperando poderse expresar a gusto. Al momento extraños sonidos cruzaron la leve niebla que se había levantado:

-Ping.

-Ping.

PONG.PONG.

Como si de repiques metálicos de armaduras se tratase, detras de cada arbusto aparecía un valeroso guerrero. Cada mata, cada árbol, antes insignificantes parecian cobrar vida y materializarse en un guerrero y su montura. Eran los montaraces. Feos algunos, desaliñados la mayoría. Renegados para muchos, justicieros para unos pocos. No podía ni debían dejar que siguiera pasando esto. Solo han de quedarse sin hacer nada los hombres buenos para que el mal triunfe.

Y avanzaron.

Escrito por:
Zenituh, Montaraz de CTR